Pelota de Trapo, una escuela de la vida


La Fundación Pelota de Trapo surgió hace 34 años con la idea de cuidar a los chicos mientras sus madres trabajaban. Sin embargo, el crecimiento de una infancia cada vez más pobre los obligó a ampliar sus proyectos. Hoy se ocupan del cuidado y la alimentación de cientos de pibes, pero además les enseñan un oficio y los educan para el futuro.

Todas las mañanas, cerca de las 8, la casa ubicada en la calle Santa Fe al 1500, del partido de Avellaneda, abre sus puertas a padres y chicos que aguardan ansiosos con la ilusión de comenzar un nuevo día de trabajo y aprendizaje.
Lázaro, un pequeño de once años, corre contento a buscar la pelota y reúne a sus amigos. Juntos inician un picadito. Pronto se acerca otra niña, Jesica, de su misma edad, quien comienza a hacer morisqueta frente a la cámara de fotos como jugando a ser modelo. Pronto las amigas se acercan a ella y siguen el juego, hasta que la voz de los maestros suena como una alarma que indica que es el momento de tomar el desayuno para luego empezar a estudiar. Así comienza un nuevo día en la Casa del Niño, refugio y sinónimo de contención en Avellaneda para los chicos que aguardan el regreso a sus hogares mientras sus padres trabajan y ellos no asisten al colegio. Pensado para chicos de 45 días a 14 años, forma parte de la Fundación Pelota de Trapo, creada por Alberto Morlachetti hace 34 años con el objetivo de contener a los primeros chicos de la calle que surgían luego del incremento de la desocupación en Buenos Aires.
Los años de dictadura y el avance del modelo capitalista agudizaron la crisis de los sectores más marginados de la sociedad a la vez que obligaron a Morlachetti a postergar por algún tiempo el sueño de construir una plaza donde antes había un potrero en el que los chicos se juntaban para jugar a la pelota. No obstante, ese potrero se convirtió en cimiento de algo maravilloso: el Hogar Pelota de Trapo y Juan Salvador Gaviota, donde concurren casi 80 chicos y adolescentes, muchos de los cuales están en situación de calle.
Poco a poco, y a medida que aumentaban la pobreza y la marginalidad en Argentina, también crecía la actividad de la Fundación para satisfacer esas necesidades ignoradas por el Estado. En la actualidad, tienen ocho programas diferentes para cubrir todos los aspectos de los niños y jóvenes: Hogares Pelota de Trapo y Juan Salvador Gaviota, la ya mencionada Casa de los Niños, la Agencia de Noticias, la Escuela de Talleres Gráficos Manchita, la Escuela de Panadería y Heladería Panipan, la Granja Azul, la Biblioteca Pelota de Trapo y la Escuela de Educadores Populares.
“La Fundación Pelota de Trapo esencialmente está conformada por niños, jóvenes y educadores que han decidido estar juntos para transformar el grupo en el que vivimos”, explica el director de la Casa de los Niños e integrante de la Fundación, Darío Cid, y agrega: “La Casa del Niño fue uno de los primeros proyectos y nació para atender a los hijos de las madres trabajadoras, en el contraturno del colegio, pero el país fue evolucionando para peor y en ese momento decidimos crear nuevos vínculos y construir un proyecto de vida diferente con los chicos”. Y eso es lo que están logrando con un sello particular, diferenciándose del resto de sus pares y estableciendo un paradigma en la contención de la infancia y la adolescencia.
La Casa de los Niños fue creada en contraposición a los comedores, que suelen alimentar a los chicos con polenta y fideos. Morlachetti se propuso desde los inicios darle a los niños la misma alimentación que a sus hijos: proteínas, fosforo, vitaminas, hidratos de carbono, frutas, verduras y el postre. A la alimentación se suman además el servicio médico y una propuesta pedagógica.
“El programa Casa de los Niños acompaña a la familia en la crianza de los chicos, ese es uno de los objetivos esenciales. Por supuesto que hoy la situación de muchas de las mamás es bastante compleja porque la exclusión y la pobreza no solamente se agrandan en cantidad sino también en profundidad”, relata Cid.
En el lugar no hay límites de edad para recibir a los nuevos participantes y tampoco existe esa condición para dejar de asistir al centro, sino que, el único requisito, una vez alcanzado cierta edad de madurez, es devolver a otros chicos aquello que ellos tuvieron cuando ingresaron transformándose en “educadores”. Si bien no hay restricciones para el ingreso, se prioriza aquel niño que esté más necesitado de contención y cuidado.
¿Qué se aprende en la Casa de los Niños? A ser buenas personas, responde sin dudar su director. Para el primer grupo, los recién nacidos y bebes, el objetivo es lograr su autonomía, fortalecer la alimentación y la estimulación para que crezcan con la fortaleza que necesitarán para el resto de sus vidas. En la primera parte de la niñez, los educadores se encargan de introducirlos en la lecto-escritura y en el mundo de las palabras, a través de los juegos y los cuentos, para que cuando ingresen a la escuela primaria sepan escribir su nombre, los colores, los números.
Luego llega el turno de enseñarles a trabajar con las manos, algo que les sirve como un aprendizaje previo para el mundo laboral. “Nosotros queremos que los chicos salgan con la inquietud de construir su identidad como trabajador, aún sin tener la necesidad de salir a trabajar, sino que se refleje en las pequeñas cosas del día: ordenar los juguetes antes de ir a comer, limpiar la biblioteca donde estudian, ese es el modo”, relata Darío.
También, la Fundación Pelota de Trapo tiene dos hogares de residencia permanente para sus chicos. Uno de ellos lleva el mismo nombre de la fundación y el otro se llama Juan Salvador Gaviota, ambos ubicados también en Avellaneda. Según Cid, los hogares “no son como los albergues de niños tradicionales, sino todo lo contrario”. Al llegar un nuevo chico a cualquiera de los dos hogares, se sabe que se quedará hasta que adquiera la edad suficiente para seguir su camino en la vida, en contraposición a los hogares de adopción o los institutos de menores. “Nosotros con puertas abiertas, con belleza, con ternura, fuimos la contracara del resto de los institutos”, relata Darío y agrega que “ellos crean un vínculo de amor y cariño para que el chico quiera estar aquí. El hogar no es solamente un techo, comida y cama. También es ternura y un proyecto de vida”.
El punto en común entre los Hogares y la Casa de los Niños es que sus integrantes pueden continuar en ambos lugares, incluso cuando ya hayan pasado la mayoría de edad. La manera en que continúan es bajo la figura de “colaboradores”, aquellos adultos que con amor, paciencia y ternura les enseñan a los menores cuál es el camino en la vida. Los educadores tienen un sueldo por su trabajo en cualquiera de los proyectos de la fundación. De esta manera, se aseguran la permanencia de ellos y no juegan con el azar del voluntariado, pudiendo generar un vínculo entre los educadores y los niños. Por otra parte, los educadores no están obligados a tener un título pedagógico, pero sí tienen que pasar por la Escuela de Educadores Populares, en la que intercambian los conocimientos de los pedagógicos tradicionales y la metodología que se usa en la Fundación Pelota de Trapo.
“Nosotros vamos construyendo los conocimientos científicos a partir de la realidad, es una propuesta muy diferente”, subraya el director de la Casa de los Niños.
La acción de la fundación también tiene aristas para el resto de la comunidad. Una de ellas es la Biblioteca Pelota de Trapo en la que los vecinos de la calle Uruguay al 200, también en Avellaneda, pueden tener acceso a múltiples ejemplares para seguir enriqueciendo su intelecto. El otro servicio abierto es la Granja Azul, un lugar alejado de la ciudad y cercano al campo, ubicado en Florencio Varela, Provincia de Buenos Aires. Allí, el salón, la pileta de natación, la cancha de fútbol y voleibol y el ambiente natural ayudan a sus visitantes a conectarse con un mundo desconocido para muchos. Este lugar fue creado y reconstruido por un grupo de niños y jóvenes con necesidades extremas, pese a sus cortas edades.
Para darles una alternativa para el futuro, La Fundación Pelota de Trapo cuenta con dos proyectos que les enseñan a los jóvenes oficios para desempeñarse una vez que dejen el establecimiento en cualquiera de sus proyectos.
La Escuela Talleres Gráficos Manchita es la imprenta en la que trabajan los jóvenes de la Fundación. “Allí los chicos adquieren el oficio de imprentero que actualmente se paga muy bien. La imprenta tiene una tecnología bastante avanzada que tiene doble función: la de generar recursos para la obra de Pelota de Trapo, pero esencialmente formar jóvenes. Todos los pibes del hogar que han pasado por la imprenta tienen trabajos dignos, muy bien rentados y están insertos en otras imprentas, ninguno ha fracasado”, asegura con orgullo.
El otro proyecto es la Escuela Panadería y Heladería Panipan. El oficio de pastelero también es uno de los mejores rentados por estos días. “Para Pelota de Trapo, Panipan es un emprendimiento muy importante: ahí producimos pan, facturas y todo lo que consumimos en los Hogares y Casa de los Niños”, recuerda Cid y cuenta que el inicio se produjo con el afán de alimentar a los chicos. Sin quererlo, junto a la panadería surgió otro proyecto paralelo: una heladería. “El helado fue una idea de Leonor Mita, otra de las fundadoras de Pelota de Trapo, porque muchos de nuestros chicos no estaban acostumbrados a tomar leche por eso la rechazan cuando se la dábamos aquí. Por eso, les damos helado para que la consuman con algo que sí les gusta”, expresa el director de la Casa de los Niños.
En tanto, la agencia de noticias Pelota de Trapo es el octavo proyecto de la Fundación. Su creación fue para contrarrestar el imaginario colectivo y cambiar el enfoque de ciertas noticias. “El objetivo de la agencia es explicar y desnaturalizar los hechos que los medios de comunicación y la política naturalizan, como por ejemplo el hambre”, sostiene Cid. En la agencia escriben múltiples colaboradores, pero se destaca la labor de Alberto Morlachetti, el fundador de toda la obra.
“Todo esto se fue haciendo como se hace con cada uno de estos emprendimientos: puchito a puchito. Esto empezó siendo un potrero y con choripaneada, rifas y demás se fueron juntando fondos para llegar a todo lo que tenemos hoy”, relata Darío Cid. Si bien, La Fundación Pelota de Trapo recibe becas del Estado que cubre el 40% de los gastos de los proyectos, el resto de los ingresos surgen de la actividad de la imprenta y la panadería, además de las donaciones que reciben para cambiar la realidad y el futuro de más de 400 chicos.
Desde Pelota de Trapo, lo difícil se hace sencillo y lo complicado se resuelve de una sola manera: con amor. Esa es la filosofía que emplean cada día, y de este modo, llenan de colores el negro horizonte que tienen muchos niños y jóvenes de la Argentina. Ni bien entran en esta casa de Avellaneda saben que existe algo mejor, las puertas de un futuro posible se les han abierto y está todo por construir.

Publicada en la revista “La Otra Realidad”
Ejemplar Nº 22 – abril de 2010